Márquez, Rossi y Mugello en el horizonte
La gestión del conflicto reabierto en Argentina entre Marc Márquez y Valentino Rossi exige una gran dosis de magnanimidad por parte del italiano que difícilmente se le puede exigir.
Vaya por delante el sombrerazo que se merecen Cal Crutchlow, Johann Zarco y Alex Rins, los tres ocupantes del podio –y también Jack Miller (cuarto)–, por el tremendo espectáculo que ofrecieron aunque los focos no se centraran en ellos tanto como hubiera sido de recibo.
Al margen de esto, a estas alturas ya se ha dicho y escrito todo acerca del último incidente entre Márquez y Rossi en Termas de Río Hondo, una carrera que ya comenzó mal, con una estrambótica parrilla de salida, y que terminó peor.
El campo está tan polarizado entre aquellos que defienden a uno y los que van con el otro, que uno intenta abstraerse y analizar las cosas con el mayor escepticismo posible, un ejercicio que no siempre se consigue pero que, sin embargo, es el que da un mejor resultado.
Es evidente que Márquez cometió varios errores este domingo. Más que nada, porque él mismo lo asumió públicamente después de dar su versión de los hechos ante los comisarios de Dirección de Carrera. Está claro que el catalán se sabía superior en un circuito en el que todos le señalaban como el gran favorito. Y también es evidente que el ride through que recibió por circular en contra dirección en la parrilla de salida, instantes antes de que comenzara la prueba, no fue más que una invitación para que se reincorporara a la pista todavía un poco más encendido.
Como reconoció el de Honda, el adelantamiento que le hizo a Aleix Espargaró en la novena vuelta también superó los límites legales, circunstancia que le valió la segunda penalización –tuvo que ceder una posición–.
Y también es muy probable que el castigo –otro ride through que se le aplicó tras cruzar la meta– por el toque que terminó con Rossi en la hierba sea justa.
En condiciones normales, recibir tres sanciones en el transcurso de un solo gran premio que sobre el papel debía adjudicarse de calle y del que finalmente se marchó con un cero, supondría una lección en sí misma de la que aprender y sacar conclusiones, más aún cuando otros damnificados, como por ejemplo Espargaró, se limitaron a subrayar que Márquez se equivocó al dejarse llevar por sus instintos, y lo dejaron allí.
Sin embargo, la furibunda reacción de Rossi actuó como el altavoz más potente del mundo de las dos ruedas y se armó la marimorena.
El de Tavullia está en su total derecho de cabrearse públicamente con su rival y, si lo cree conveniente, solicitar al órgano competente (Dirección de Carrera) un correctivo para el de Cervera (Lleida). Pero lo que hizo el domingo fue mucho más allá: el icono mundial del motociclismo, una figura que bien puede estar en un plano similar al de Michael Schumacher o Michael Jordan, tiró a Márquez a los leones.
Teniendo infinitas razones para hacerlo, el de Yamaha se alimentó de toda esa rabia que guardaba desde aquel final de campeonato de hace tres años, y que evidentemente aún no ha metabolizado, y destripó a su oponente a la espera de que la marea amarilla, mayoritaria en cualquier circuito del mundo, ajuste cuentas con él.
En un par de carreras, el Mundial desembarcará en Europa. Primero en Jerez (6 de Mayo), y un mes después Mugello (3 de Junio). ¿Qué pasará allí? Esa es la pregunta que se hacía la mayoría el domingo en Termas, fuera de la oficina de Yamaha, mientras escuchaba a Rossi despacharse con Márquez.
Llegados a este punto, uno se plantea cuál es la fórmula que permitiría rebajar un poco los niveles de tensión que en Argentina volvieron a dispararse. Por más que nadie sepa ni siquiera si existe tal receta, de ser así contendría una enorme dosis de magnanimidad que en estos momentos es difícil exigirle a Rossi, el único que, por su papel de protagonista, puede apaciguar los ánimos.
Aunque probablemente sea pedir demasiado, ese acto de generosidad sería el mejor homenaje que podría hacerle a la disciplina que le ha convertido en leyenda, y al deporte en general.
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