De regreso al lugar del hecho

El lugar de los hechos, donde todo comenzó formalmente, luce solitario y descampado durante la mayor parte del año. Es un tramo de asfalto que se pierde en un largo viraje a la izquierda. A la derecha, después del límite marcado por la prolija línea de pintura blanca, una amplia banquina de césped que es recortado regularmente y más allá, guardrails que impiden ver la precedente recta de un kilómetro. No queda ningún rastro de lo ocurrido casi un año atrás. Ni una marca en el asfalto, transitado luego por más motos y autos de variada calaña. Ni una huella o pisada de aquel domingo en el terreno aledaño.

Valentino Rossi y Marc Márquez vuelven al lugar de los hechos, a plena luz del día y a la vista de todos. El Gran Premio de la República Argentina, anotado este año como segunda fecha del calendario, les impone retornar al autódromo de Termas de Río Hondo, donde el 18 de abril de 2015 ocurrió el primer episodio del enfrentamiento que tuvo continuidad en Assen y su punto culminante en Sepang.

Esa ciudad asentada sobre un centro termal que se extiende 12 kilómetros a la redonda, el mayor de Sudamérica, ubicada a sólo 65 kilómetros de Santiago del Estero, capital provincial y ciudad más antigua de la Argentina, supo ganar módica fama nacional gracias a los beneficios curativos del agua que corre bajo el suelo, atractivo de turistas adultos mayores. Por eso hay casi 15.000 plazas hoteleras en un lugar con 32.000 habitantes. A un costado del Dique Frontal del río Dulce, frente al lago artificial que embalsa sus aguas, en un autódromo construido dos veces en cinco años, Rossi y Márquez se trenzaron en una maniobra que definió aquella carrera y buena parte de lo ocurrido en el resto de la temporada 2015.

La recta más larga en Termas, y una de las más extensas del campeonato, concluye luego de 1.076 metros en una curva a la derecha. Es la quinta curva del circuito de MotoGP, aunque originalmente era la segunda del trazado inaugurado en 2009, construido según los requisitos de la principal categoría del automovilismo argentino pero sin ningún estándar internacional. Los prototipos de 1.000 cc. llegan a 320 km/h y en sexta marcha a ese viraje, el cuarto de los nueve a la derecha que tiene el dibujo de 4.806 metros. Los pilotos deben lograr que sus máquinas pierdan unos 240 kilómetros en 100 metros para volcarlas a 55 grados y doblar en segunda, con el motor a 7.300 revoluciones por minuto y a 85 km/h.

En esa curva 5, justo en el inicio del segundo parcial del circuito, Rossi encaró a Márquez por adentro en la 24ª de las 25 vueltas. El italiano había apostado a montar el neumático trasero extra duro de Bridgestone, que soportó mejor la exigencia del recorrido. El español, en cambio, calzado con el duro, apuró el ritmo al principio: sospechaba que penaría al final y quiso abrir temprano la mayor distancia posible. La épica remontada de Il Dottore, medida vuelta a vuelta por los cronómetros y el ulular en las tribunas, puso a la Yamaha a la par de la Honda en esa curva. Vale se pasó unos metros y Marc aprovechó para contraatacar por la línea interna. Hubo un roce leve al final de la curva. Unos metros más adelante, con las motos ya levantadas, justo en el momento de engarzar tercera marcha, a más de 150 km/h, Rossi acomodó la M1 en el medio de la calle y Márquez la golpeó con la rueda delantera de la RC213V. Perdió el equilibrio y se fue al piso.

La moto se arrastró unos cuantos metros por la banquina de césped y el piloto, después del revolcón sobre el pavimento, se levantó y corrió hasta su máquina para tratar de levantarla. Quizá hasta podía terminar entre los cinco primeros y anotar algunos puntos, salvar los muebles como dicen los españoles. Pero no. La moto ya no andaba. Eran las 16:39 del domingo 18 de abril de 2015. De fondo se oían los ecos del rugido del público, aún estremecido por la maniobra y el desenlace victorioso para Rossi en la Argentina.

Aquel día Márquez perdió mucho más que su invicto en continente americano, donde había ganado siempre en MotoGP. Ese domingo de otoño el catalán perdió la inocencia: conoció al Rossi impío de las mejores jornadas ante Max Biaggi y Sete Gibernau, sufrió en propia carne al depredador que había visto por televisión y hecho su ídolo. Esa tarde en la que Marc admitió que había aprendido una lección la relación entre los dos se quebró. El capítulo en Holanda, en el que otra vez Valentino surgió vencedor, amplió la grieta. A partir de los sucesos de Malasia ya ni siquiera se dispensan la cortesía del saludo.

El autódromo santiagueño recibe a estas horas los últimos retoques para albergar al Mundial por tercer año consecutivo, último del contrato vigente. Los pianos, como el interno de la curva 5 que Márquez intentó cortar para contraatacar a Rossi la última vez que estuvieron allí, son retocados con nuevas manos de pintura azul, blanca y roja, tal los colores de la bandera de Santiago del Estero. Y los dos vuelven al lugar de los hechos. Las viejas heridas aún no cerraron y ciertas cuentas siguen pendientes. Nada puede ser mejor.