Ducati se juega su crédito
Tras la marcha de Jorge Lorenzo, Ducati, que se presenta este viernes, afronta el Mundial más trascendental de los últimos tiempos, un año en el que se someterá a examen su vertiente técnica pero también la filosófica.
Andrea Dovizioso, Ducati Team, Domenicali
Gold and Goose / Motorsport Images
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Aunque pueda parecer una chifladura desde el punto de vista económico, el riesgo que asume Ducati el curso que viene es casi mayor que el que aceptó cuando decidió desembolsar 25 millones de euros en dos años (2017 y 2018) para contratar a Lorenzo.
En aquella fascinante operación tan valiente, la marca de Borgo Panigale quiso eliminar de la ecuación la variante del piloto para obtener una radiografía perfecta del rendimiento real y las posibilidades de la Desmosedici y, en la medida de lo posible, mejorarla.
Por eso fue a buscar a una de las primeras espadas de la parrilla, cuya condición de superestrella quedaba del todo avalada por los tres títulos de campeón del mundo de MotoGP que figuran en su hoja de servicios (2010, 2012 y 2015).
Lorenzo enfundado en el mono rojo generó unas expectativas gigantescas que los tres triunfos que finalmente acumuló el mallorquín, todos ellos en su segundo ejercicio (2018) (Mugello, Montmeló y Red Bull Ring), no llegaron a copar.
La enorme cuota de presión que el balear soportaba por su condición de piloto puntero se la dividirán ahora entre Andrea Dovizioso y el constructor de Bolonia, y en menor medida Danilo Petrucci, a quien no se le puede pedir lo mismo que a su compañero.
Los responsables de la organización del Reparto Corse han optado por un cambio de patrón, empujados, eso sí, por la reducción de presupuesto que ha impuesto el grupo Audi, propietario de la compañía. De cualquier forma, ellos son los responsables de la marcha de Lorenzo y ahora deben aceptar que se les juzgue por ello con la misma rigurosidad que se le aplicó al español.
Sobre todo si tenemos en cuenta que aquello que se valorará no será únicamente la competitividad de la moto, sino su filosofía como equipo. Llegados a este punto, el desafío puede encaramar a Ducati al olimpo o hacerla retroceder varios años.
En caso de volver a pelear por el título –ya no hablamos de ganarlo– la nueva deriva quedará más que justificada. Y no solo eso, sino que la imagen de la escudería saldrá tremendamente reforzada al haber logrado los objetivos marcados con una estructura eminentemente italiana.
Si de lo contrario no consigue seguir creciendo –para ello habría que superar los siete triunfos de 2018, una cifra que no se alcanzaba desde que Casey Stoner se coronó en 2007–, Ducati quedaría en una posición de lo más incómoda porque de alguna forma se pondría en duda el modelo.
Fracasar sería asestarle un puñetazo directo a la identidad de una marca que vive de ella más que ninguna otra, porque implicaría la obligación de volver a recurrir al mercado a tirar de chequera.
Implícitamente, un gesto de esa naturaleza se interpretaría como un renuncio o peor aún, como la evidencia de un fiasco.
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